La arteriografía constituye la prueba diagnóstica de elección, capaz de definir exactamente la extensión y la localización de la lesión, sirviendo de guía para el tratamiento quirúrgico una vez indicado. También permite realizar un manejo endovascular. Otras pruebas de imagen utilizadas son la resonancia magnética (limitada por el uso de gadolinio en pacientes con enfermedad renal crónica y en menores de 1 año) o el TC (requiere dosis elevadas de radiación), pero sus limitaciones hacen que no se consideren como primeras pruebas de elección para el diagnóstico (1). La ecografía puede emplearse como prueba diagnóstica de aproximación, pero no es tampoco el método diagnóstico de elección.
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