Se trata de tumor glial, el origen más frecuente de los tumores cerebrales, cuyas características en las pruebas de imagen sugieren cambios necróticos y angiogénesis, además de un importante edema vasogénico, lo que es característico de los tumores de alto grado.
Diagnóstico final: glioblastoma multiforme
Discusión radiológica
Los gliomas representan aproximadamente 77% de los tumores primarios cerebrales malignos, siendo los más frecuentes y agresivos. El glioblastoma multiforme se caracteriza histológicamente por presentar además de atipia nuclear y actividad mitótica, proliferación microvascular y/o necrosis. Se localiza preferentemente en los hemisferios cerebrales y la mayoría surgen ‘de novo’, sin que exista evidencia de una lesión precursora previa, son los denominados glioblastomas primarios. La edad media al momento del diagnóstico es de 64 años presentando generalmente síntomas como dolores de cabeza, náuseas, vómitos, convulsiones, cambios en el comportamiento, problemas de visión o audición, pérdida de la memoria o parálisis (como este caso). Gracias al análisis histopatológico podemos clasificar los gliomas cerebrales en tumores de alto o bajo grado. Los tumores de alto grado poseen alta densidad celular, una gran capacidad de infiltración local (favorece su visualización en RM), proliferación vascular patológica con vasos de neoformación (edema vasogénico) y disrupción de BHE, entre otras.
La prueba de sugerencia para el diagnóstico de un tumor cerebral es el TC, por su accesibilidad, rapidez y comodidad. Este suele ser suficiente para determinar que se trata de un tumor cerebral y nos da una visión de las características y por tanto de su posible pronóstico. Para un estudio más completo la RM es un elemento fundamental ya que permite obtener gran información estructural en relación al tamaño, el seguimiento de tumores cerebrales, la ubicación de las lesiones y la evaluación de la respuesta a tratamiento. Para ello se usa la RM postoperatoria que permite la evaluación de un posible remanente tumoral previo a la aparición de áreas de captación de contraste no tumorales, en relación a procesos inflamatorios postquirúrgicos normales y permiten la evaluación de áreas con isquemia o congestión venosa secundaria a trauma quirúrgico, retracciones y/o daño vascular. Además, el estudio de la extensión del edema peritumoral y la necrosis en resonancia magnética preoperatoria son indicadores de mal pronóstico para la supervivencia postquirúrgica. La RM, a pesar de ser muy específica para los tumores y aportar información crucial para el pronóstico, no es la prueba de elección porque es cara, más lenta y tiene menor disponibilidad que el TC.
Para completar el estudio del tumor se hacen otros procedimientos complementarios como la biopsia, ya que aporta el diagnóstico definitivo, determina el grado histológico y con ello el tratamiento final, que suele ser cirugía, aunque nunca es radical debido a la naturaleza infiltrante del tumor. La tasa de supervivencia a los 5 años es de 19% entre los 20 y 44 años, 8% entre 45 y 54 años y 5% entre los 55 y 64 años, como vemos es un tumor de mal pronóstico. También se suele combinar la cirugía con la radioterapia o la quimioterapia ya que se ha demostrado que aumenta la supervivencia. En conclusión, el TC es la técnica de elección inicial ante la sospecha de un tumor del SNC de instauración aguda, por ser una técnica diagnóstica rápida y de fácil acceso en urgencias, aunque la RM presenta mayor sensibilidad y especificidad en el diagnóstico y seguimiento de los tumores cerebrales.